Alicia Guerrero-Yeste: crítica de arquitectura
Nací en Lleida el 19 de septiembre de 1974. Trabajo junto a Fredy Massad, bajo la firma ¿btbW/Architecture desde 1996.
Siempre he tenido una especie de devoción por leer, desde muy pequeña, por eso durante bastante tiempo di por hecho que, cuando fuese a la universidad, estudiaría filología hispánica. Luego, a los dieciséis años, me planteé estudiar filología clásica pero finalmente, a cuatro o cinco meses de terminar COU, en un arrebato adolescente con lecturas de Oscar Wilde de por medio, decidí de repente que estudiaría Historia del Arte.
Cursé la carrera en la Universitat de Lleida, en el último año de lo que se llamaba ‘plan viejo’, así que oficialmente soy licenciada en Geografía e Historia (sin la más remota noción en lo primero) en la especialidad de Historia del Arte.
Tengo una hija de casi nueve años, Martina. Tiene un montón de energía y mucho ingenio para dibujar personajes que se imagina y reciclar materiales para hacer juguetes y objetos útiles.
Continúo dedicando a leer todo el tiempo que puedo, siempre estoy con varios libros a la vez, narrativa, ensayos, poesía… A veces convergen, como sincronizados para entrecruzarse. Tiendo a elegir libros donde el espacio mental en el que el autor o el lector se sitúan suponga ser la Alicia de Carroll, y traspasar el espejo. Acabo de terminar ‘El Hada de las Migajas’ de Charles Nodier y estoy leyendo ‘Husos’ de Chantal Maillard. Paso la mayor parte del día escuchando música de todo tipo y cualquier época, en función del ánimo que tenga o de la concentración que se necesite. En el repertorio de canciones que más escucho esta temporada tengo cualquiera de Eartha Kitt, ‘The way it used to be,’ de Pet Shop Boys, ‘I can make you feel good’ de Shalamar, ‘I love you’ de Yello, ‘Blue Monday’ de New Order, ‘This is hardcore’ de Pulp y ‘You think you’re a man’ de Divine.
Cada mañana salgo a correr unos kilómetros o paso una hora haciendo ejercicio en el gimnasio para despertar la cabeza, después me siento delante del ordenador a trabajar. Mis horas de mayor ‘productividad’ son entre el mediodía y las primeras horas de la tarde.
¿A qué te dedicas? ¿Cómo es tu trabajo?
Junto a Fredy Massad escribo artículos de crítica y textos de diverso carácter reflexionando sobre temas de arquitectura contemporánea. Tratamos de estar hablando en presente y a tiempo real.
Es un trabajo que implica estar permanentemente al día de qué está sucediendo en arquitectura a nivel global (qué se construye, qué concursos se fallan, qué exposiciones se están realizando, qué arquitecto ha dicho qué…) anticipar, plantear opiniones… Sería imposible estar desempeñándolo tal como lo hacemos si no existiera el acceso a la red, la difusión veloz de la información… Porque no se trata sólo de saber qué ocurre en la arquitectura sino a todos los niveles de la sociedad y la cultura en general.
¿Cómo llegaste a hacer este trabajo?
De entrada, absolutamente nada me ponía en relación con la arquitectura ni con la reflexión sobre el tiempo contemporáneo: en los años de universidad apenas se nos mostró nada de arquitectura, salvo tipologías de edificios y las descripciones estrictamente formales de edificios importantes, pero no se nos daban conceptos esenciales sobre qué es la arquitectura. Igualmente, al margen de las asignaturas obligatorias de la especialidad de Historia del Arte, me matriculé en todas las asignaturas relacionadas con la historia y el arte antiguo.
Fredy y yo comenzamos a trabajar juntos totalmente por casualidad: nos conocíamos un poco y él me pidió transcribir y traducir una entrevista que había hecho, luego le ayudé a pasarla a limpio y, una vez acabado su texto, le propuse algunas cosas que podría añadir para dar algunos detalles sobre quién era el arquitecto y sintetizar los rasgos de su obra. Me sugirió que las escribiera yo, lo hice, y así salió el primer texto que firmamos juntos. A partir de ahí, seguir trabajando juntos continuó de manera espontánea.
En aquel momento, me quedaba aún por delante un año de carrera y mi intención era comenzar un curso de doctorado en algún tema relativo al arte antiguo, pero casi inmediatamente encontré en el escribir sobre arquitectura contemporánea un modo de trabajar que suponía el reto de estar constantemente en alerta hacia el exterior, razonar e interpretar a través de tus propios criterios e intuiciones, exigirte la disciplina de pensar y transmitir tus ideas con la mayor claridad y rigor… a la vez desde una libertad mental plena.
Y sentía esto como una forma de dedicarme a seguir trabajando dentro del ámbito intelectual en que había formado pero escapándome de la figura como triunfante del historiador investigador-erudito que desentierra y analiza datos pero en sustancia no cuestiona ni se atreve a desafiar discursos o métodos, algo que me parecía y me sigue pareciendo algo temible y estéril, pero que creo que era la que la mayoría de profesores en la universidad nos inculcaba como una especie de referencia ideal.
Por algún motivo, entiendo lo que hago hoy como la prolongación del estímulo de buscar unas perspectivas mentales e intereses propios que adquirí durante los dos últimos años de carrera a través del estudio y los trabajos para las asignaturas relacionadas con las artes audiovisuales que me impartió un profesor realmente excelente, Sandro Machetti, que nos alentaba a descubrir por nosotros mismos la complejidad inherente no sólo a toda imagen sino también al acto de ver, de pensar, de entender… y en mi caso me ayudó también a desarrollar el deseo de situar mi pensamiento en el presente.
Pasado el tiempo tras finalizar la carrera, y sin haber dejado nunca de leer y tratar de seguir estudiando sobre los temas de historia que me interesaban, y que tienen que ver con épocas muy arcaicas o cuestiones un tanto oscuras o veladas, he ido también aprendiendo sobre la importancia de saber construir el desconocimiento como una forma de reflexión y como una forma de poder generar una actitud de apertura para el pensamiento.
¿Qué aportas a la arquitectura o a tu trabajo que no pueda hacer un arquitecto?
De una manera objetiva creo que tal vez puede ser la perspectiva aprendida estudiando Historia desde la que comprendes una obra como el producto y el estado de un proceso de desarrollo extenso, en que tratas de buscar y reconocer los diferentes factores que convergen en una situación o fenómeno concreto. Igualmente, el interpretar el edificio como un hecho cultural amplio.
Pero creo que es más importante el valor subjetivo que puede aportar el sentirte como desde una posición de ‘intruso’, alguien que se mete en el territorio de la arquitectura sin ser arquitecto y que tiene que crear sus propias estrategias para adquirir una comprensión sobre sus fundamentos para elaborar un conocimiento sólido desde el que sentirte autorizado para trabajar, negarte a hacerlo desde el mero nivel de diletante.
También como se imprime tu propio carácter en tu trabajo.
En nuestro caso en concreto, y aunque no se haya planteado ni organizado de una forma deliberada, siempre hemos dado forma a las cosas desde la aportación concreta que cada uno es capaz de dar a un tema desde su propio bagaje de formación, pero ambos implicamos también en lo que pensamos algo que quizá se puedan llamar nuestros sentimientos intelectuales, que son muy diferenciados, pero de cuyo encuentro es a partir de donde formulamos nuestras opiniones y también continuamos explorando qué sucede en arquitectura.
Creo que también el hecho de haber crecido en lugares distintos del mundo, y aportar cada uno los rasgos de la idiosincrasia de su cultura, es también un componente de diferencia entre nosotros que ha resultado positivo. En definitiva, la energía y la individualidad específica, con todos sus defectos y virtudes, creo que son las aportaciones decisivas. Pero una individualidad que debe tener como premisa el ser rigurosa y exigente con respecto a lo que se está haciendo. Nunca hay que complacerse con la primera capa de una idea.
¿Crees que la arquitectura interesa solo a los arquitectos?
No debería interesar sólo a los arquitectos o a quienes estamos metidos directamente en la reflexión sobre ella.
El perjuicio fundamental que ha producido el exceso de arquitectura icónica de los últimos tiempos ha sido transmitir un significado totalmente pervertido sobre qué es la arquitectura y, sobretodo, cómo debe servir.
Creo que idealmente el conocimiento que debiera haber a nivel general tendría que ver con el de una sensibilidad arquitectónica, en comprender que la prioridad de la arquitectura debe ser proporcionar bienestar, un conocimiento que empezaría por saber cómo elegir y definir las condiciones de nuestra propia casa y que se extendería hacia los ámbitos donde se desarrollan nuestras actividades cotidianas. Creo que nos encontramos en una especie de estado totalmente contrario a ése, predominantemente se aprecia la arquitectura más por la espectacularidad o la apariencia que por las que debieran ser sus verdaderas cualidades intrínsecas. Se elogia un piso nuevo con acabados de lujo pero en el que no entra luz natural y tiene una disposición espacial pésima o una supertorre de firma célebre puesta como una prótesis sobre la ciudad.
Los medios de comunicación dirigidos al público en general tienden a difundir esa concepción de la arquitectura, pero los primeros responsables han sido sin duda los propios medios especializados, donde ha primado la atención a los proyectos hechos por celebrities y a planteamientos de apariencia ultrasofisticada. Rara vez tropiezas en ellos con proyectos que reflejen ámbitos y situaciones que tengan que ver con la realidad cotidiana común, y eso, a nivel general, produce la sensación de que la arquitectura es algo que sucede en otro lado, en otra órbita, y no se concibe como aquello que define los espacios y los modos en que vivimos todos los días, a través de la que elaboramos una parte de nuestra relación con el mundo.
Me interesa reivindicar la arquitectura que tiene como preocupación central la responsabilidad respecto a lo humano y social, es consciente de la profundidad del sentido esencial de lo estético – no confundiéndolo con cosmético –. Me interesa también la dimensión poética y sublime de la arquitectura, atisbar esa esencia intangible que se percibe en ciertos espacios y formas. En gran parte por afectos e historia familiar, pero también a medida que he ido aprendiendo sobre arquitectura, he ido desarrollando mucho interés por las arquitecturas vernáculas, la sabiduría del instinto arquitectónico ancestral y cómo persiste.
Personalmente, y creo que éste es tal vez el interés que me sitúe más lejos de los de un arquitecto, es mi atención a las arquitecturas fantásticas e imaginadas, las simbologías arquitectónicas y espaciales, las vivencias de espacio narradas y soñadas…Es un territorio en el que aparecen metáforas muy poderosas desde las que creo posible abrir reflexiones sobre la esencia de lo arquitectónico y su dimensión psíquica. Llevar la arquitectura más allá de lo materialmente construido.
¿Cómo valoras tu relación con los arquitectos?
Alguna vez he dicho en un buen sentido que los arquitectos son como vampiros: toman tu energía, te transforman y te trasladan a su territorio vital.
Admiro el trabajo del arquitecto y considero que su figura es absolutamente crucial dentro de la construcción de la sociedad y la cultura. A través del aprendizaje sobre arquitectura he ido elaborando una posición mental propia sobre la realidad. He aprendido y sigo aprendiendo mucho de los arquitectos, a todos los niveles.
No creo que haya ‘pecados’ que sólo se puedan atribuir a los arquitectos. Quizá el defecto que inmediatamente se te ocurre señalar serían una cierta endogamia y esas poses de muchos personajes y que infunden más risa o irritación que fascinación o respeto, pero endogamias y egos inflados circulan por todas las profesiones.
Hay individuos que inmediatamente reconoces que ‘van de arquitecto’ y son un cliché andante cuya única contribución a la arquitectura es frivolizarla, pero ciertamente son una minoría –aunque desafortunadamente sea la parte más visible y poderosa de la profesión.
Creo que arquitecto es quien trabaja sirviendo a la arquitectura y no creyendo ‘la arquitectura soy yo’. Quienes me parecen admirables son esos arquitectos que asumen su trabajo como una combinación de oficio y trabajo intelectual y el ser arquitecto como una forma de predisposición sensible para interpretar y aprender de lo que les rodea, y que muchas veces no son conscientes de la gran generosidad que hay implícita en su trabajo y de la lección que dan a través de ella.