Las ciudades como elementos vivos
La ciudad, o lo que sean los lugares en los que vivimos, históricamente se ha caracterizado porque nunca está terminada, porque siempre existen resquicios que permiten el cambio, la mutación. El que la ciudad sea incompleta (mis alumnos me lo habrán oído decir muchas veces) es esencial para permitir su evolución y, sobre todo, para responder a las nuevas necesidades. Las ciudades nunca deberían están terminadas porque en ese instante estarán muertas.
José Fariña, en su artículo Hacia un urbanismo de código abierto, hace esta interesante reflexión que comparto totalmente. Hace tiempo que tengo la sospecha de que empieza a haber una opinión generalizada (especialmente entre políticos) por la cual las ciudades deben tener una imagen fácilmente reconocible (y no hablo de iconos o formas reconocibles, sino de modelos de ciudad) que dure en el tiempo. Esa concepción es, en mi opinión, un error porque como dice Fariña, las ciudades son algo vivo y siempre inacabado (o en contínua reinvención), y entenderlas como algo terminado implica necesariamente su muerte, pues niega la riqueza histórica y cultural de cualquier ciudad para convertirla en simple parque temático. Habitado, eso sí.