¿Programas o capacidades? la enseñanza del software en arquitectura y los profesionales que queremos
¿Qué software enseñar si es cuestión de tiempo que el software más puntero de hoy se vea tan obsoleto como sketchpad, el primer programa de CAD? Mi respuesta, a continuación.
Casi cada final de curso se repite la misma historia: uno o dos alumnos de Herramientas Digitales me comentan, algo decepcionados, que les hubiese gustado que enseñase a usar el programa X “porque es el que piden los despachos de arquitectura”. Aunque suelen ser minoría los que dicen esto, no esconderé que es una afirmación que me preocupa y hace que hace que me plantee si no les estoy haciendo un flaco favor al darle a la asignatura un enfoque tan poco utilitarista. Algo similar ocurre cuando escucho de compañeros y colegas frases como “Tal programa está muerto, ahora hay que enseñar a usar este otro, que es lo que se lleva” o cuando veo programas formativos universitarios en los que se destaca por encima de lo demás el software que van a enseñar. Todas estas afirmaciones, que estoy seguro todos hemos escuchado en alguna de sus variantes[^1](habrá incluso quienes las defiendan), comparten una visión muy mercantilista del software y las herramientas informáticas. Es decir: supeditan la formación (insisto: universitaria en este caso -no hablo de cursos de especialización) a las demandas del mercado, algo que no comparto en absoluto.
Puede que suene raro lo que digo e incluso hay quien pensará que con ello le estoy dando la espalda al mercado laboral. Tirando aún más de este razonamiento, habrá quien incluso dirá que es un grave error, pues la finalidad última de las universidades es formar profesionales que sean capaces de encontrar trabajo al día siguiente de su formación.
Aparquemos por un momento esta última afirmación y parémonos un momento a reflexionar al respecto: ¿Qué opinaríamos si en la asignatura de construcción se enseñasen detalles constructivos de la marca Tecnnhar en lugar de muros cortina? ¿O si en instalaciones se enseñase los intríngulis de las máquinas de Sitsubishy en lugar de cómo funcionan los distintos sistemas de climatización? ¿Y si las universidades se quisieran distinguir por el sistema de paneles sándwich que se explica en sus asignaturas de construcciones prefabricadas? Seguramente muchos de nosotros nos exclamaríamos al considerar que, de ser así, en su afán por estar al servicio del mercado, la universidad se habría convertido en su sierva: una mera prescriptora de productos comerciales de unas empresas que nunca se han preocupado por la calidad de la formación de los futuros arquitectos, porque su objetivo es otro muy distinto: vender.
Sin embargo, por motivos que desconozco (aunque sospecho) este hecho se acepta como normal en lo que a herramientas digitales se refiere y, al hacerlo, les estamos haciendo un flaco favor a nuestros alumnos y futuros profesionales, pues lo único que hacemos es crear facciones. Facciones que, como si de un concurso se tratase, están radicalmente a favor o en contra de un software en concreto del que son totalmente dependientes, ya que sin él serían incapaces de desenvolverse profesionalmente.
Y, ahora sí, volvamos de nuevo a la cuestión, nada trivial, que habíamos pospuesto acerca de cuál debería ser la finalidad de la enseñanza universitaria. Quizá la clave esté en pensar en el significado de “buenos” en la frase “formar a buenos profesionales”. Bajo mi punto de vista, la bondad no viene derivada de ser capaces de usar una herramienta en concreto, sino que tiene que ver con la capacidad de adaptación y de tomar decisiones acertadas dentro del contexto profesional. Y para ello lo más importante no es saber usar X herramienta o aplicar un procedimiento, sino tener los conocimientos y los criterios para aplicarlos adecuadamente para solucionar (casi) cualquier situación. Y es que, a fin de cuentas, no debemos olvidar preguntarnos qué tipo de arquitectos queremos que salgan de nuestras universidades: ¿profesionales resolutivos con capacidad de aprendizaje y crítica o profesionales que ejecuten al dedillo lo que otros decidan por ellos?
Por todo ello, después de reflexionar sobre las quejas de mis alumnos, llego a la conclusión de que la empleabilidad es algo que hay que tener en cuenta, pero sin que llegue a cegarnos. Y es precisamente por eso que creo que dejarla en un plano secundario no solo es positivo, sino que puede ser clave: ya que sin negar totalmente la realidad laboral que les espera en el futuro no muy lejano, permite enseñar habilidades tan necesarias para ser buenos profesionales, incluso si el mercado laboral -recordemos, cambiante e impredecible- tiene unas condiciones distintas a las del momento en el que estudiaron. Esa, creo, es una de las mejores enseñanzas con la que pueden salir de la universidad. Y esa es, sin duda, mi respuesta a la pregunta del tipo de arquitectos que quiero contribuir a formar.