Armas de doble.cero filo
Ahora que algunos entendidos empiezan a hablar de las webs semánticas como la futura web 3.0, está en boca de muchos aplicar el concepto “2.0” a casi todo lo que podamos imaginar, aunque a veces (la mayoría) sea erróneamente debido al desconocimiento del verdadero significado del término. Existe consenso en que webs como Wikipedia, Delicious, Blogger, flickr o facebook podrían acuñarse bajo la etiqueta de web 2.0, ¿pero qué tienen en común todas ellas? A parte de que todas utilizan tecnología de servidor y almacenan los datos en bases de datos, comparten un concepto común, que es el auténtico significado de la palabra. Aún a riesgo de simplificar mucho, la web 2.0 no es, por tanto, ni una tecnología ni un software concreto, sino un término que permite hablar de una característica común que cumplen los sitios web que, contrariamente a lo que ocurre con las webs tradicionales que hoy conocemos como 1.0 en las que una persona (o varias, pero relativamente pocas) publica contenido y otras muchas lo leen (sin posibilidad a nada más), los visitantes pueden aportar contenido y se convierten, por tanto, en emisores. Es decir las webs 2.0 son las que dotan de un papel activo a aquellos que antes eran pasivos y eso implica que se rompe la relación clásica y unidireccional entre emisor y receptor.
Se trata de un cambio sencillo en apariencia pero complejo en cuanto a la cantidad y profundidad de implicaciones que conlleva, entre las cuales me gustaría destacar dos. Por un lado cualquier persona, de cualquier lugar del mundo, condición, nivel de estudios o económicos… puede expresarse y compartir su conocimiento con facilidad y en igualdad de condiciones (al menos a nivel teórico). Por otro lado, las informaciones publicadas en un sitio 2.0 estarán continuamente sujetas a examen por los lectores, quienes podrán enmendarlas o complementarlas si se da el caso, con lo cual serán mucho más fiables y completas. Además de estas dos ventajas indiscutibles, parte de su éxito se debe también a que está estrechamente ligada a conceptos que trascienden el ámbito de las webs o del conocimiento y que en muchos casos son tan universales, atemporales, y por tanto actuales, como el de la inteligencia colectiva, la democracia o la libertad, y sientan las bases hacia la sociedad del conocimiento.
Sin embargo sus mayores virtudes pueden ser también sus mayores defectos: la enorme facilidad que supone poder publicar cualquier cosa por cualquier persona implica que por una parte se publique mucha más información y por otra que haya más probabilidades de que esta sea imprecisa o incluso errónea, ya sea por interés, por desconocimiento o por descuido. Ya no importa tanto si se tiene algo que contar o si se está capacitado para hacerlo sino que precisamente porque se puede hacer, se hace. Las reglas del juego han cambiado radicalmente, y con ellas el paradigma de modelo informativo y de aprendizaje. En el modelo anterior las informaciones que nos llegaban pasaban por muchos filtros antes de ver la luz: había que poder demostrar cierta solvencia intelectual para que alguien (normalmente una editorial) lo publicase y también había que tener medios económicos para hacerlo (con lo cual generalmente solo se publicaba algo cuando se estaba muy seguro de querer hacerlo), por lo tanto la calidad de las informaciones se presuponía y estaba en cierta manera garantizada. En este nuevo modelo simplemente basta tener acceso a internet (algo que no siempre es tan fácil), interés por decir algo y elegir uno de los millones de sitios web/medios que existen para hacerlo o, por qué no, crear uno propio.
Hoy, por tanto, no es tan importante tener acceso a la información, pues es mucho más fácil poder acceder a ella y existe mucha más que antes, sino tener la capacidad de saber distinguir las delgadas líneas que separan las opiniones de los hechos objetivos, las informaciones de la publicidad y elaborar un criterio propio que permita discriminar la información, filtrarla y elegir aquella que es fiel a la realidad y no esconde subterfugios, algo que no es en absoluto baladí. Incluso aquel que únicamente quiera limitarse a informarse se verá obligado a someter a juicio todo lo que lea para poder posicionarse, algo que si se aprende a hacer bien, es incluso más enriquecedor a nivel intelectual y personal. Una vez más lo que era pasivo se convierte en activo. Y si es cierto que aprender a discriminar la información que nos llega o determinar la fiabilidad de una fuente de información es todo un reto para el futuro inmediato, no es menos cierto que se presenta un reto mayor para todos aquéllos que estamos al otro lado, especialmente para los que no hemos tenido una formación como informadores pero que escribimos en mayor o menor grado en la red, pues la responsabilidad asumida obliga a un ejercicio de honestidad con uno mismo y con los lectores que haga evidente el valor aportado, que poco tiene que ver con diseños llamativos, número de visitas o cantidad de comentarios. Y eso también hay que aprender a hacerlo, ya que si no lo hacemos únicamente contribuiremos a crear humo en una maraña información que a veces resulta excesiva o innecesaria.