Por una cultura de software responsable (I).
Una de las preguntas más importantes que deberíamos hacernos como profesionales es la elección del software que vamos a utilizar en el desempeño de nuestra profesión. Sin embargo la experiencia dice que esta pregunta es casi siempre obviada y se acaba utilizando el programa que hemos aprendido a usar o el que usa la mayoría de gente, sin plantearnos si realmente es el que mejor se ajusta a nuestras necesidades. Y es que nos enfrentamos a dos grandes lastres: por un lado el del mercado, que impone sus propias reglas pensando únicamente en el propio beneficio, y por el otro tenemos la enseñanza que se da en las facultades, que se suele limitar a enseñar un solo programa (dos a lo sumo) cuya elección también responde en gran parte al mercado.
Sobre el primer punto poco puedo decir; vivimos en una sociedad de consumo que no acabo de comprender, así que hoy me centraré en el segundo: la enseñanza del CAD en las facultades. Soy consciente de que las licencias de los programas son caras y que las universidades tienen unos fondos limitados, así que no es de extrañar que se lleguen a acuerdos con determinadas distribuidoras para disponer de condiciones ventajosas para la adquisición de tantas licencias. Sin embargo eso supone un problema, pues quedamos al amparo de una sola marca comercial, que está condicionando (y lo sabe) las tendencias del que será su próximo cliente. Creo que las universidades deberían ser conscientes de que eso va en contra de los objetivos formativos que defienden y deberían tomar carta en el asunto. Al fin y al cabo, contrariamente a lo que pudiese parecer, son ellas quienes tienen la sartén cogida por el mango.
En mi experiencia, la enseñanza del CAD es todavía algo relativamente nuevo y se centra única y exclusivamente en enseñar a dibujar, para lo cual se enseñan los comandos más frecuentes que ofrece un programa concreto y a lo sumo uno o dos procedimientos o “truquitos” como si de un manual se tratase. En mi opinión, este sistema es del todo ineficaz, primero porque los programas de CAD son mucho más que herramientas de dibujo (cada vez más se orientan a la gestión) y en segundo lugar porque lo importante no es tanto saber cómo hacer las cosas (aprender que para dibujar una línea hay que escribir “line” o ir al icono con forma de línea se puede hacer por uno mismo en poco tiempo) sino aprender qué puede hacer el programa. El método se irá adquiriendo con el tiempo y la práctica.
Conocer la herramienta para saber sus puntos fuertes y sus puntos débiles es lo que permite sacarle el máximo partido y es lo que interesa al usuario. Se trata pues de adquirir un criterio y unos conocimientos propios que nos permitan dominar a la herramienta y no a la inversa, y para que se de eso es imprescindible por una parte conocer varias de las opciones que nos encontraremos en el mercado y por otra conocer las experiencias de otros profesionales y establecer un diálogo para enfrentarse a determinados problemas que son inherentes a la profesión. Salta a la vista, pues, el importante papel que podrían jugar las universidades en la enseñanza –responsable- del CAD, ya que poseen los medios materiales, técnicos y humanos para establecer unas bases de aprendizaje muy superiores a las que tendríamos cada uno de nosotros como individuos. Sin embargo, las universidades no son los únicos que juegan un papel importante en lo que he llamado “cultura de software responsable”: cuando la enseñanza acaba, la vida profesional empieza y allí tienen “competencias” otras instituciones como los Colegios Oficiales, y… de eso espero poder hablar en otra ocasión.
Dicen que el saber nos hará libres, y esto es más que cierto en este caso: cuantos más conocimientos tengamos menos estaremos condicionados en el uso de unas determinadas herramientas y de un proceso proyectual coartado por no haber elegido libremente.